Lo que haga hoy es importante porque estoy utilizando un día de mi vida en ello.

martes, 29 de julio de 2014

No resignarse a la pérdida (1): Creer que todavía hay amor donde no lo hay.

Del libro ¿Amar o depender? De Walter Riso. De pág. 139 a la pág. 142

Un mal duelo, es decir, la no aceptación de una ruptura o una pérdida afectiva, puede estar mediado por lo que en psicología se conoce como correlaciones ilusorias. En determinadas circunstancias, podemos establecer nexos causales entre dos eventos que no están relacionados sino en nuestra anhelante imaginación. Estas “malas lecturas” o interpretaciones erróneas son muy comunes en sujetos que, habiendo terminado una relación, insisten testarudamente en ver amor donde no lo hay. Algo así como Recuerdos del futuro, en versión Corín Tellado.

Los esquemas más comunes que alimentan la confianza de recuperar el amor perdido son: “Aunque no estemos juntos, todavía me quiere” (optimismo obsesivo perseverante), “Después de tanto tiempo
es imposible que haya dejado de amarme” (costumbrismo amoroso) y “Un amor así nunca se acaba” (momificación afectiva).

Este abanico de creencias está guiado por la ilusión de permanencia y el anclaje al pasado. La idea central es que ciertas relaciones pueden mantenerse inalterables, invariables y resistentes a los embates de la vida, como si estuvieran en conserva. Un amor en formol.

El romanticismo a ultranza genera en la gente que lo padece un limbo afectivo, del cual se niegan a salir, y un rechazo categórico a aceptar la ruptura. El famoso dicho popular: “Donde hubo fuego, cenizas quedan” parece regir la vida de muchos adictos afectivos. Aunque en estos casos quedaría mejor decir: “Donde hubo fuego, quemaduras quedan”, y a veces de tercer y cuarto grado.

Movidos por el afán, no siempre consciente, de verificar la vigencia del lazo afectivo, las personas apegadas comienzan a recabar datos confirmatorios, desconociendo que, en ciertas ocasiones, tal como decía Chejov, la durabilidad de la unión entre dos seres no necesariamente indica amor o felicidad, pues puede estar fundamentada en cualquier otro sentimiento como interés, miedo, pesar o, incluso, odio.

9. “TODAVÍA ME LLAMA”, “TODAVÍA ME MIRA”, “TODAVÍA PREGUNTA POR MÍ”.

La necesidad de mantener el amor a toda costa puede llevar a interpretar ciertos hechos aislados como indicadores de que todavía hay amor. Una llamada telefónica de la persona que “supuestamente” nos ama puede estar motivada por muchas cosas distintas al amor: una simple nostalgia pasajera, confirmar un chisme, sentimientos de pesar o de culpa. Uno de mis pacientes, recién separado, interpretaba las llamadas de su ex mujer para pedirle dinero como indicios de reconciliación: “Creo que le estoy haciendo falta”. Sus ilusiones terminaron abruptamente cuando le llegó una demanda por alimentos.

Una mirada puede significar que todavía le gustas a tu “ex”, pero eso nada tiene que ver con el afecto. Puede tratarse de “atracción recordatoria”, reminiscencias hormonales o incluso estéticas. Una mirada puede estar originada en la intriga de ver “cómo sobrevive sin mí”, si bajó o subió de peso, cómo se vistió o con quién anda. Si la mirada está impregnada de picardía y seducción, es posible que haya algo más, pero no significa necesariamente proximidad afectiva.

De manera similar, si preguntan por ti el motivo puede ser pura y simple curiosidad. Antes de entusiasmarte, asegúrate de la razón. Una de mis pacientes se alegraba muchísimo de que su ex novio (que la había dejado por otra después de cinco años de noviazgo, sin previo aviso y a “palo seco”) indagara de vez en cuando por ella. La duda se había vuelto preocupante y metódica: “¿Por qué pregunta por mí?, “Si ya no me quiere, ¿por qué anda averiguando cosas mías?”. La mala interpretación la llevaba a vislumbrar rastros de un afecto que había dejado de existir hace tiempo. Cuando le pedí que eliminara la incertidumbre, se quitara el dilema de encima y hablara con él, accedió. El experimento fue muy productivo, aunque doloroso. Descubrió que el supuesto “interés” del amor de su vida no era otra cosa que una forma de expiar la culpa por haberla abandonado. El hecho determinante y cruelmente definitivo fue cuando él decidió hacer de Cupido: “Yo sé que no soportas la soledad y quiero ayudarte...Me gustaría presentarte un amigo que llegó de Estados Unidos y quiere conocer gente...”. A veces hay que sujetar al toro por las astas y destruir las quimeras que nos impiden enterrar la relación. La estrategia más recomendable en estos casos es cambiarse inmediatamente de carril: eliminar la angustia de la espera: “Ojalá fuera posible”, por el sufrimiento realista de la sana resignación: “No hay nada que hacer”.

El amor no es un mapa de indirectas y claves que hay que descifrar las veinticuatro horas para saber cuándo, dónde y cómo nos van a amar. En una buena relación no hay mucho que traducir porque se habla el mismo idioma, y aunque existan dialectos, son variaciones de una misma lengua. La mejor manera de ser un buen decodificador afectivo es conectar la antena a tierra.




No hay comentarios:

Publicar un comentario