Artículo de Concha Barbero en revista Psicología Práctica.
Todos sentimos alguna vez la
necesidad de emprender otro camino, ya sea a través de una ruptura total de
nuestro estilo de vida o mediante el desarrollo de un sueño o un proyecto
concreto.
Sin embargo, no todo el mundo se lanza a la aventura; los miedos, los prejuicios y la falsa creencia de que no nos merecemos una vida feliz, cortan nuestras alas.
Sin embargo, no todo el mundo se lanza a la aventura; los miedos, los prejuicios y la falsa creencia de que no nos merecemos una vida feliz, cortan nuestras alas.
Para ayudar a las personas a las
personas a superar esas trampas he escrito “El don de vivir como uno quiere”
(ediciones Obelisco). A continuación os explico las claves del libro, a fin de
que quien lo desee pueda dar un giro a su trayectoria, sentirse pleno y
contribuir al bien común.
Cuando lo que vivimos no coincide
con lo que desearíamos vivir, o cuando nos lamentamos por la vida que podríamos
haber tenido, deberíamos preguntarnos por qué. Comprobaremos que la respuesta
siempre está en nosotros.
¿Te conformas o te arriesgas?
Tal vez nos hayamos instalado demasiado
tiempo en la resignación y el conformismo, o quizás hayamos tomado lo exterior
como referencia principal. En tales supuestos, hemos dado prioridad a los
valores y actos de otras personas y nos hemos sentido como hormigas, con muy
poco poder. Claro que esto no es extraño; estamos acostumbrados a ello. Desde
nuestra más tierna infancia nos hemos habituado a reprimirnos, fundamentalmente
para evitar el rechazo del entorno.
Aprendemos que hay que controlar
nuestras emociones, estrangular nuestra espontaneidad, con el fin de estar “integrados”,
no diferenciarnos, para ser apreciados. Y así, agazapados, va disipándose la
posibilidad de aplicar nuestra inmensa fuerza.
En un momento dado, consideramos
normal vivir obviando nuestros valores y talentos y nuestra capacidad para
decidir, que, de tanto esconderla, creemos no tener.
Así que
nos acostumbramos a una vida sin sobresaltos, pero también sin estímulo, y
admitimos que lo vivido es muy parecido a lo que nos queda por vivir. En un
momento dado alguna circunstancia nos lleva a experimentar un ligero despertar.
Sentimos un sutil impulso que nos
transporta mentalmente a un tipo de vida diferente, pero que sólo seremos
capaces de materializar si trabajamos sobre las barreras que nos han paralizado
hasta entonces: nuestras creencias- y nuestras inseguridades. Nos hemos
olvidado de nosotros y hemos dado vía libre a un surtido de miedos que nos han
ido deteniendo. Si deseamos liberarnos de ellos, antes hemos de reconocerlos y
analizarlos, porque aquello de lo que huimos conlleva justo lo que necesitamos
aprender para prosperar.
Lo que nos frena
Nuestras principales barreras son
el victimismo, la sensación de estar incompletos, el perfeccionismo, la
comparación y la desconfianza en el género humano. El trabajo sobre ellas,
desde el refuerzo de la autoestima, es fundamental para llegar a ser quien
verdaderamente somos y vivir como queremos.
Cuando atribuimos nuestras
desgracias a las acciones de otras personas o a las circunstancias, esa falta
de compromiso personal es, primero, una elección: la de tomar la decisión de no
mandar en nosotros. Si además permanecemos pasivos, estamos tomando otra
decisión, la de abandonarnos. Darnos cuenta de ello no debe hacernos sentir
mal, sino esperanzados, porque es muy estimulante saber que tenemos la
capacidad y la posibilidad de elegir estar y actu8ar como queramos hacerlo.
Confía en tu fortaleza
Estamos
tan acostumbrados a que nos digan lo que debemos o no hacer que, cuando estamos
solos ante una decisión que puede dar un impulso a nuestra vida, nos
acobardamos y la dejamos pasar. Sin embargo, todos nos hemos visto
enfrentándonos a problemas de salud, económicos o de otra índole, en los
que no disponíamos de tiempo para tener
miedo. Debíamos resolverlos en el presente, en el único tiempo y lugar donde
las cosas suceden. Cuando nos acuciaban las preocupaciones, lo hicimos, así que
ya sabemos que, si queremos, podemos, independientemente de que lo que mantenga
nuestra atención sea un conflicto o un sueño.
Desconfiamos
de la corriente de vida y tratamos de hacer la parte que nos corresponde con
tanta rigidez que no permitimos que los acontecimientos fluyan naturalmente.
Sostenemos las riendas con miedo, tan severamente que no avanzamos. La búsqueda
desesperada e inflexible de un fin implica, en la mayoría de los casos, una
línea de sabotaje que puede estar relacionada con la espera de reconocimiento
exterior. Y, por tanto, alejada de nosotros. Y en la medida en la que nos alejamos
de nosotros, lo hacemos también de nuestra meta.
Cuanto
más nos centremos en el tipo de vida que deseamos y menos en anhelar la que han
logrado los demás, más cerca estaremos de alcanzar nuestro propósito. Cuando
sufrimos por un sentimiento de inferioridad con respecto a otros, nos
engañamos; salimos de la verdad unificadora que nos dice que todos somos
iguales (que hay para todos), y entramos en un terreno de escasez mental, que
nos daña y que perjudica también, directa o indirec tamentte, a otras personas.
Nadie puede herirte
Nadie
nos puede hacer mal mientras conservemos nuestra dignidad, ya que con la
autoestima fortalecida, el sentimiento de que alguien nos ataca o impide
nuestro avance se diluye hasta desaparecer. Mediante la autorrealización
llegamos al respeto y a la armonía de las relaciones, a la aceptación. Sucede,
brota como una consecuencia de la atención que nos prestamos. De cualquier
modo, si en algún momento se hace insostenible la presión exterior a la que nos
sentimos sometidos, es preciso aplicar la asertividad, es decir, actuar de forma
coherente con nuestras aspiraciones, y, al tiempo, la empatía, poniéndonos en
el lugar de quien no encaja con nosotros, simplemente porque las experiencias
vitales de ambos nos han llevado a entender el mundo de una manera muy
distinta. Desde esa capacidad de comprensión, veremos claro que todos somos
necesarios para la evolución global.
Ahorro de pensamiento
Tenemos
una herramienta de ayuda fundamental para reforzar todo este trabajo interior:
la meditación, para lograr la “economía del pensamiento”. La reiteración de pensamiento
inútil supone un gasto energético ingente, que termina transformándose en
negatividad. Así que, si consideramos este hecho objetivamente, debiéramos
evitarlo, pero nos resulta muy difícil liberarnos de juicios y preocupaciones
que revolotean insistentemente en nosotros y nos distraen. La meditación sirve
(si se le puede aplicar este verbo) para ahorrarnos ese pensamiento sobrante y
silenciar la continua charla mental, que no deja lugar para nuevas inquietudes.
La mente se calma a través de ella y se vuelve diáfana. Tras la calma llega la
lucidez y, de su mano, la fuerza necesaria para que surjan y se desarrollen las
ideas. Lo que intuíamos que debía manifestarse, se convierte con su ayuda en un
hecho.
El fin
de economizar pensamiento es dar menos importancia a lo que cavilamos y más a
lo que somos: un gran caudal de sensaciones e ideas frescas que de otro modo se
perderían en la confusión y en el sentimiento funesto de la vida. Despertamos
así a una visión más amable y lúcida del universo, que nos acerca a nuestra
fuente de deseos. En el momento en el que acostumbramos a nuestra mente a los “buenos
pensamientos”, comprobamos que la vida no es triste, sino que éramos nosotros
quienes lo estábamos.
El valor de lo intangible
Para
evolucionar hacia lo que deseamos hemos de realizar un trabajo de relación con
nosotros, con nuestros antepasados y con quienes convivimos; pero también hay
otra labor solitaria de atención a lo espiritual, a lo metafísico. Nuestra
finalidad última es fusionarnos con lo divino, sacralizar nuestra vida, mejorar
como seres humanos y engrandecer el mundo desde el trabajo de nuestra
conciencia.
Estamos
tan hipnotizados por los ruidos manifiestos que desatendemos la sutileza de lo
profundo. Claro que resulta imposible mantenerse siempre en el mismo nivel de
espiritualidad y comprensión, aunque sí darse cuenta de ese “despiste” y
retomar la senda.
De otro
modo, la “maldad” (en forma de miedos y prejuicios) nos retrasa, desfigura y
destruye. La bondad, la cota más elevada de lo intangible, la inteligencia
suprema, nos hace bellos, y acoge todas esas actitudes amorosas y compasivas
que proceden de la misma esencia del ser humano liberado.
El
desapego (o la generosidad), la observación de nuestros pensamientos (o la
meditación y la paz), la estancia en el presente (o la consciencia) y el sentido
del humor (o esa amalgama de frescura, transparencia, inteligencia y
originalidad) son algunas de las herramientas necesarias para llegar a una
existencia acorde con nuestras expectativas.
Krishnamurti
dice: “Uno representa, como ser humano, al resto de la humanidad”. Por tanto,
si no nos gusta lo que vemos, lo más sensato es empezar por cambiarlo en
nosotros, lo que a la larga nos reporta beneficios individuales tan valiosos como
la libertad y la consecución de nuestros anhelos. Partimos de nuestro cambio,
de la persecución de nuestro modo idóneo de vivir, y comprobamos sin
pretenderlo que obtenemos más de lo que damos. Desde esta filosofía, nuestra
mente se hace más próspera y concluimos en que los pequeños momentos nos hacen
felices, sí, pero además podemos ser felices en todo momento, incluso en la
adversidad.
Tú eres el mundo
Hemos
entendido y sentido que el equilibrio
procede de la vivencia de quienes somos, y que lo somos en función de nuestras
relaciones con el resto de los hombres, el mundo y el universo. Con este
concepto holístico de la vida, somos capaces de planificar y cumplir nuestros
sueños con una mirada más amplia. Y todo se va articulando como debe ser. Vamos
progresando en la medida en que queremos hacerlo, ya no nos estancamos en la
resignación de lo que “nos toca”, sino que le hemos dado sentido a nuestra vida
desde el compromiso y responsabilidad hacia ella. Experimentamos el placer de
hacer lo que nos seduce, habiendo descubierto que lo que sucede fuera es la
dimensión material de la fuerza que reside dentro de nosotros.
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